Hace algunos meses viajé a la hacienda de mis abuelos, adentrándome en los llanos venezolanos. Estuve allí una semana y conocí a Isabel, la hija de un ganadero, dueño de un hermoso hato cercano al de mis abuelos. Pronto nos hicimos amigos y decidí hablarle de mi vida y contarle sobre mi condición sexual. Al hacerle tal confesión, ella me reveló también uno de sus secretos: le gustan las mujeres. Me contó sobre un hombre que le ofreció el cielo y las estrellas para que se casase con él, pero Isabel, en cambio, quedó enamorada de una de las hijas de ese hacendado. Me comentó que de vez en cuando se encuentra con ella en una laguna que está cerca del hato de su padre, y que juntas hacen hasta lo inimaginable, rodeadas de naturaleza, el canto de las aves, y un par de caballos como testigos. Claro, Isabel no es ninguna santa, y con esa figura de rudeza y poder (porque tiene un carácter fuerte), se adueña de las miradas de los chicos -y las chicas- del pueblo; y cada vez que puede, se lleva a alguna de las incautas a dar un paseo a caballo, y en un momento de pasión, mostrar quién es la que lleva las riendas en esas llanuras, al interior de Venezuela.
Espero verte pronto Isa, para escuchar todo lo que tienes para contar.
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